Era un sabio disfrazado de paleto. Un hombre inteligente y subversivo que cautivó a espectadores de muchas generaciones. Un soldado republicano al que las tropas moras de Franco fusilaron mal y luego encarcelaron. El tipo que con un simple teléfono combatió la sordidez del franquismo. El amargo y arrebatador humor de Miguel Gila se apagó el 12 de julio de 2001 en Barcelona.
Así era él. Un maestro del humor surrealista y absurdo, aparentemente sencillo pero lleno de complejidades. Un hombre sin trampa ni cartón que logró expresar la verdad de un país enloquecedor y de un mundo desvencijado, hecho añicos. Todo, con un simple telefonazo.
N.Arias
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